jueves, 28 de junio de 2012

She is

La música me consumía. Viajaba por las venas y arterias de mi cuerpo como si formara parte de él. Podía haber gritado e igualmente nadie me hubiera escuchado. Solo me movía, bailaba, estiraba mis brazos al cielo y volvían a mi cuerpo (La maldita gravedad).
La sonrisa que tenía pegada a mi cara estaba inmutable. No podía sonreír más, no podía sonreír menos, era todo perfecto. Todo en mi era perfecto. El exterior daba asco.
De repente las luces se encendieron y salí corriendo. Corriendo de la mano de mis dos amigos. De ella y él.
Empezé a caminar mientras mi sonrisa seguía conmigo. Empeze a gritar, a saltar con él.
Ella nos miraba y se reía. Amo hacerla reír. A veces caminaba adelante nuestro para no bancarse los gritos. Tuve varias miradas de complicidad con él. Risas compartidas. Abrazos fugaces. Corríamos y saltábamos. Cantábamos fuerte. Y él me hacía cosquillas, se ponía cerca mío (Demasiado cerca) y me tocaba debajo de las costillas, donde automáticamente me doblaba y mi sonrisa crecía. Una vez, dos, tres veces. Entonces sentí lágrimas corriendo sobre mis mejillas. Lágrimas mías. No entendí que pasaba. La sensación llamada PANICO atacó todas las partes de mi cuerpo. El miedo no se iba. Y las lágrimas corrían sin parar. La abracé fuerte a ella y le pedí a él que se vaya, que se aleje, que me deje. Sentí que me iba a hacer mal, necesitaba que no exista más. Lo odié. Me desvanecía del miedo, me desmayaba el pánico. Nunca me había sentido tan expuesta.
A ella la amaba y a él lo odiaba. No sé como me calmé.

(En realidad si sé. Ella me da paz.)


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